viernes, 27 de febrero de 2015

EL GRAN POTENCIAL DE LA MENTE - HUGE POTENTIAL OF MIND


Daniel habla con fluidez 11 lenguas: inglés, francés, finlandés, alemán, español, lituano, rumano, estonio, islandés, galés y esperanto. Pero lo más increíble no es la cantidad, sino la velocidad en aprender idiomas. Channel Five le retó a aprender islandés en una semana. Siete días después apareció en televisión conversando en esta lengua. En cambio, la rapidez de Stephen no se encuentra en el aprendizaje de lenguas, sino en la captación de todos los detalles de un paisaje. Puede dibujar uno con precisión fotográfica después de haberlo visto solo un instante. En una ocasión dibujó la totalidad del centro de Londres después de sobrevolar la ciudad en helicóptero. ¿Son los cerebros de Daniel Tammet y Stephen Wilshire máquinas engrasadas y perfectas? En realidad no: sus cerebros están defectuosos. La epilepsia y el síndrome de Asperger acompañaron a Daniel en su infancia. Y Stephen también es autista.

Quizá uno de los autistas más conocidos fue Kim Peek. El personaje que interpretó Dustin Hoffman en la película Rain Manestá inspirado en él. Nació con macrocefalia, un daño permanente del cerebelo, y con agenesia del cuerpo calloso (carecía de la principal conexión entre los dos hemisferios del cerebro). Peek recordaba el 98% de los 12.000 libros que había leído, leía dos páginas en ocho segundos. Usaba cada ojo para leer una página distinta como si se tratara de un superhéroe de un cómic. Era solo uno de sus “superpoderes”.
Resulta una gran paradoja que cerebros defectuosos sean los asientos neuronales de prodigiosas habilidades. ¿Nos están diciendo algo sobre cómo el resto de los mortales podríamos aumentar nuestras capacidades?
Daniel, Stephen y Kim son lo que se denomina savant –o antiguamente idiot savant–, ya que suelen poseer un coeficiente intelectual muy bajo y, paralelamente, unas habilidades sobresalientes. Pero ¿de dónde surgen las facultades extraordinarias de los savants?

Los estudios indican que los savantspresentan alguna forma de disfunción en el hemisferio cerebral izquierdo, lo cual facilita la actividad del derecho. El izquierdo es el conceptual, el que pone etiquetas, el que razona, el que filtra con la lógica, el lingüístico (el que nos habla constantemente), el que va hacia el pasado y hacia el futuro. En cambio, el derecho está en el ahora, es creativo. Al funcionar sin lógica, tiene más facilidad para captarlo todo tal cual es sin filtrar y para hacer conexiones no racionales con toda la información. De alguna forma, el izquierdo-lógico está constantemente coartando o limitando las capacidades del derecho-creativo. Por lo que si el izquierdo deja de funcionar correctamente, el derecho se libera, y con él, el genio.
Jill Bolte es una neurocientífica que vivió con su hemisferio izquierdo desconectado a consecuencia de un derrame sanguíneo. Al sufrir el ataque, Jill sintió un terrible dolor detrás del ojo izquierdo, no podía hablar, coordinar, ni siquiera podía pensar con claridad. Vivió un auténtico martirio si nos limitamos a calificarlo “desde fuera”. Paradójicamente, su experiencia vista desde dentro, tal como ella la describe, fue maravillosamente extraordinaria. Sintió una paz no humana, ajena a cualquier asomo de sufrimiento. Al desconectarse su hemisferio izquierdo, el que habla, sintió el silencio. No había estrés, “nadie” le recordaba vivencias tristes o le anticipaba situaciones preocupantes. Silencio, paz. Incluso se acalló esa voz que nos dice “este soy yo”. Al mirar su cuerpo, no veía los límites. “Miré mi brazo y me di cuenta de que no podía delimitar los límites de mi cuerpo. No podía definir dónde empezaba y dónde terminaba. De alguna forma, los átomos y moléculas de mi brazo se mezclaban con los átomos y moléculas de la pared. Solo sentía esa energía”. Según sus palabras, se sentía enorme y expansiva, fuera de los límites de su cuerpo. Una auténtica experiencia mística vivida por una reputada científica del cerebro humano. Después de ocho años de recuperación, actualmente se dedica a impartir conferencias, escribir libros y realizar investigaciones sobre este tema, por lo que la revistaTime la nombró una de las cien personas más influyentes del mundo en 2008.




Para aumentar nuestras capacidades, nuestro rendimiento, los humanos nos hemos dedicado a inventar herramientas tecnológicas. Es como si, poco a poco, el ordenador, el teléfono o el GPS constituyeran una extensión de nuestro cerebro. Si miramos al futuro, parece que cada vez seremos más dependientes de toda esta tecnología. Utilizaremos menos nuestras propias capacidades de orientación, cálculos matemáticos, memoria… La ampliación de nuestras capacidades la buscamos “fuera”, cuando quizá se encuentre “dentro”. Nuestro propio cerebro posee unas facultades inimaginables y, en lugar de despertarlas, nos estamos dedicando a dormirlas.
Mientras los humanos nos hemos centrado en diseñar radares cada vez más potentes, los delfines han evolucionado y en su cerebro han creado un escáner más potente que cualquiera de nuestras invenciones. Nos hemos concentrado en “tener” y hemos descuidado el “ser”. Hemos mirado hacia “fuera”, en lugar de hacia “dentro”, olvidando que nosotros también tenemos radar interno. Las investigaciones de Beatrice de Gelder, neurocientífica de la Universidad de Tilburg, muestran cómo personas con ceguera cortical son capaces de sortear objetos al andar, aunque no los vean, porque nuestras neuronas saben funcionar como un auténtico radar. Sin embargo, la mayoría de nuestras inversiones económicas en investigación no se dirigen a aumentar esa capacidad, sino a inventar ayudas externas. Igual que se dirigen a diseñar medicamentos para eliminar enfermedades y se presta muy poca atención al ya demostradísimo efecto placebo. Esto es, a la capacidad que poseen nuestras propias creencias para curarnos a nosotros mismos.





No imaginamos el enorme potencial de nuestro inconsciente. En la película Sin límites, el protagonista, gracias a la ingestión de una droga, logra realizar auténticos prodigios. La esencia de esa droga es que le permite acceder a toda la información guardada en su inconsciente. Todo lo que hemos vivido, aunque no lo recordemos, está allí. La prueba cotidiana es que al ver una película, podemos darnos cuenta de que hace muchísimos años que la vimos, pero si nos hubieran preguntado por ella, quizá nos hubiera sido imposible recordarla. Esto es, podemos reconocer muchas cosas como vistas, leídas, vividas, oídas… que no podemos recordar. Están allí, pero nos resulta imposible acceder. Es más, en nuestro inconsciente existe información que quizá nunca hemos sido conscientes de captar, ya que lo hemos hecho de forma subliminal. Nuestro inconsciente es nuestro sabio interior. Sabe mucho más que nosotros. Si lográramos comunicarnos con él, nos pasaría como al protagonista de la película: nuestras capacidades se verían multiplicadas de forma asombrosa. Nos pasaría como a algunos savants: con leer un libro una vez, ya lo tendríamos allí accesible para siempre.
Nos movemos en un océano de información. El cerebro capta a cada instante volúmenes ingentes de datos a través de todos sus sentidos. Esa información, para poder ser operativa y útil, debe ser ordenada y esquematizada. Y a eso se dedica nuestra lógica. Y esa misma lógica que nos ayuda, al mismo tiempo nos bloquea. Nos impide ir a los datos crudos del inconsciente, nos impide mezclarlos de forma irracional y ser más creativos. De alguna forma hemos de aprender a no apoyarnos tanto en nuestro hemisferio izquierdo-lógico. Acallar ese parloteo constante de este hemisferio lingüístico. Y como siempre, acabamos donde empezamos; esto es, en los consejos de los sabios más antiguos: es esencial aprender a silenciar la mente. ¿Vamos a permitir que nuestro sabio interior continúe dormido o vamos a despertarlo?


Fuente:  El pais



jueves, 26 de febrero de 2015

NO HACER NADA DESARROLLA NUESTRO CEREBRO - DO NOTHING DEVELOPS OUR BRAIN



¿Qué estaba haciendo Newton cuando descubrió la teoría de la gravedad? Según su biógrafo, el científico estaba descansando debajo de un árbol y la caída de una manzana le inspiró. Einstein tuvo un sueño de adolescente en el que se veía descendiendo en un trineo a la velocidad de la luz. Aquella imagen fue la clave para formular años después su teoría de la relatividad. Parece que los grandes avances científicos llegan cuando los investigadores introducen mucha información al cerebro y se toman espacios de relajación. En dichos espacios, aparecen los “momentos ajá”, cuando se nos ocurre aquello que llevamos tiempo dándole vueltas y no sabíamos cómo abordarlo. La explicación la tenemos en nuestra mente. Cuando no hace nada, también trabaja. Y lo que es más importante, si queremos ser creativos tenemos que aprender a “hacer nada”, como explica maravillosamente Marta Romo en su libro “Entrena tu cerebro”.
No necesitamos ser genios para tener “momentos ajá”. Cualquiera de los mortales podemos tener ideas creativas o encontrar la solución a nuestros problemas complejos. Tenemos más recursos inconscientes que conscientes, según David Rock, pionero en el mundo de neuroliderazgo. De hecho, solo hace falta echar un vistazo a los números. Nuestro cerebro representa un 2 por ciento de nuestra masa corporal y, sin embargo, consume un 20 por ciento del oxígeno. Cuando nuestro cerebro está realizando una tarea, “solo” dedica un 5 por ciento de la energía. ¿Y qué hace el 95 por ciento restante? Todavía sigue siendo un misterio, sin embargo, parece que continúa haciendo cosas en “modo ralentí” y vamos acumulando una serie de recursos inconscientes. Ahora bien, para acceder a nuestra “biblioteca de soluciones o de ideas” necesitamos una actitud especial, como explica la Spanish Resting State Network. Tenemos dos circuitos en nuestro cerebro: uno encargado de la atención y otro de la introspección. El acceso a nuestra biblioteca personal nos surge en el circuito de la introspección, el cual se activa cuando tenemos la mirada perdida, estamos ensimismados o estamos descansando. Es entonces cuando conectamos nuestro presente con nuestro pasado. Y lo más importante, el circuito mental de la atención y el de la introspección son incompatibles. Es decir, si estamos en la acción es difícil que surjan buenas ideas. Por eso, no es de extrañar que se nos ocurra esa solución a nuestros problemas cuando nos despertamos, vamos conduciendo o estamos relajados. Ni tampoco es de extrañar que los genios tengan fama de despistados. De hecho, Niel Bohr, quien enunció el modelo atómico, jugaba como portero en un equipo de Copenhague, pero se enfrascaba tanto en sus pensamientos que incluso, fue capaz de verse sorprendido por un gol en un partido mientras anotaba cálculos matemáticos en el poste de la portería.
El problema que tenemos de “hacer nada” es que nos sentimos culpables. La sociedad nos ha vendido la idea de que ser mejores es actuar y actuar y, desgraciadamente, muchas personas caen en el síndrome del hámster, en el que se corre y se corre en una rueda y no se llega a ninguna parte. Por ello, si queremos salirnos de lo habitual, desarrollar nuestra creatividad o, simplemente, encontrar una solución diferente a nuestros problemas, necesitamos no hacer nada. Veamos qué consejos nos ofrece Marta en su libro:
  1. Busca diez minutos al día de inactividad. No significa ver la tele, sino estar tumbados en el sofá, relajados en un parque y dejar que la mente vague sola.
  2. Apaga el móvil durante varias horas cada día o al menos, el fin de semana. Un problema para más de uno. La hiperconectividad de los dispositivos actuales no ayuda necesariamente a nuestro cerebro. Si queremos ser más productivos, necesitaremos tomarnos un descanso hasta del mundo.
  3. Elige tú tus tareas y que las tareas no te elijan a ti. Como siempre, la productividad es esencial. Si algo es importante, ha de estar en tu agenda.
  4. Permite el no hacer a los demás, ya sean colaboradores, hijos y pareja, incluida.
  5. Realiza alguna actividad placentera y manual al día, que te entretenga y no implique un esfuerzo intelectual elevado.

Fuente: El pais
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